Juventud
domingo 16 febrero 2020 | Napoleon Tercero A
La juventud no es una época de nuestra vida sino un estado de nuestra mente. No es cuestión de mejillas sonrosadas, labios rojos y rodillas ágiles. Es un temple de la voluntad, una cualidad de la imaginación, un vigor de las emociones, una frescura de las fuentes profundas de la Vida.
La juventud es un predominio natural del valor sobre la timidez, del deseo de aventuras sobre la inclinación a la comodidad. Esto existe a menudo en hombres de cincuenta años, más que en muchachos de veinte.
Nadie se hace viejo solamente por vivir cierto número de años. Las gentes se avejentan por volver la espalda a sus ideales. Los años arrugan la piel, pero abandonar nuestro entusiasmo hace arrugas en el alma. Las preocupaciones, la duda, la falta de confianza en sí mismo, el temor y la desesperación, ésos son los largos, largos años que hacen inclinar la cabeza y sumergen el espíritu entre el polvo.
A los setenta o a los diez y seis años, en el corazón de todo ser humano existe el entusiasmo ante las maravillas, el suave asombro al contemplar las estrellas y los pensamientos y las cosas que, como ellas, brillan esplendorosamente; existe la posibilidad de afrontar valerosamente los acontecimientos; existe el ansia constante de esperar, como los niños, lo que ha de seguir en el jubiloso juego de la vida.
Eres tan joven como tu fe, y tan viejo como tu duda; tan joven como tu confianza en ti mismo, y tan viejo como tu temor; tan joven como tu esperanza, y tan viejo, como tu desesperación.
En el centro da tu corazón existe una estación radio-receptora; mientras ella reciba los mensajes de belleza, de esperanza, de alegría, de valor, de grandeza de poder que irradian de la tierra, de los maestros y del Infinito, serás joven.
Cuando la antena de esa estación esté por tierra y el centro de tu corazón se cubra con las nieves del pesimismo y el hielo de la decepción, entonces ya estarás verdaderamente viejo, ¡y que Dios tenga compasión de tu alma!
S.S.